sábado, 13 de junio de 2015

Ponga un Nobel en su vida

Hace unos días acudí a una cita en la que se nos ofrecía la oportunidad a los "jóvenes investigadores" (colectivo que hoy día aglutina desde la muchachada recién salida de la carrera, hasta los que peinamos canas, curiosidades de nuestro ámbito) de pasar un rato en compañía de algunos científicos galardonados con el premio Nobel, haciéndoles las preguntas que considerásemos pertinentes y disfrutando de su sabiduría y ejemplo, tal vez contagiándonos de la intensidad con que la Fuerza habita en tan nobles, distinguidas y preclaras mentes. Lo escribo así, desde el cachondeo, porque siempre me ha parecido un poco ridícula la forma en que se trata a estos señores, como si el hecho de ganar un premio Nobel le otorgase a uno una especie de divinidad mediante la cual su mera presencia en un acto aportase destellos de luz a las mentes cercanas. Por otro lado, es bien cierto que nosotros mismos somos los primeros en admirar sobremanera las carreras y los hallazgos de estos supercientíficos, así que nadie está libre de culpa. En cualquier caso, la ocasión podía ser interesante, y casi más importante aún, el jefe estaba empeñado en que fuésemos a agasajar a los eruditos, así que allí me planté. Os contaré a continuación un breve resumen de las impresiones que me llevé y alguna de esas (absurdas) reflexiones que me surgen cuando pienso en lo que rodea el trabajo científico y sus implicaciones para la vida y la Humanidad; así, en general.



En primer lugar, hay que reconocer que juntar en una misma sala a los científicos responsables de que hoy día sepamos cómo las células etiquetan específicamente el material que deben desechar, cómo el ADN se enlaza con las proteínas que dan forma al cromosoma, el papel del óxido nítrico en la regulación de la circulación sanguínea, o responsables de crear una técnica que permite medir la corriente eléctrica que pasa a través de un único canal situado en la membrana plasmática de una célula particular, es algo que impone (especialmente si lo lees así de seguido y sin respirar). Son personas cuyo trabajo ha roto moldes, ha cambiado nuestra perspectiva de cómo funcionan los organismos, han explicado conceptos que han permitido entender enfermedades, y han abierto líneas de trabajo que continúan expandiéndose y produciendo a su vez cientos de investigaciones igual de interesantes. Algunos han llegado casi a crear disciplinas de estudio enteramente nuevas. Y sólo cito algunos ejemplos de los relacionados con mi campo, que es el que conozco mejor.  Cuando estas personas charlan coloquialmente y cuentan sus anécdotas en plan abuelo cebolleta, no puede uno sino admirarse y constatar con asombro cómo realmente el único motor de la existencia de estos señores fue siempre el de SABER, el de RESPONDER preguntas, el de SOLUCIONAR problemas. Lo de los premios, el reconocimiento y todo lo demás, es algo extra, algo que a todos les vino cuando ya tenían su carrera más que asegurada y afianzada. Puede haber parte de impostada humildad o falsa modestia cuando ellos mismos lo afirman, pero escuchándolos realmente cuesta creer que no sea así. Por supuesto, a algunos se les habrá subido el premio a la cabeza, y todos conocemos abundantes casos de científicos que tras haber ganado un premio Nobel han sorprendido con derivas absurdas en sus carreras, con afirmaciones temerarias y sin fundamento, a veces rozando la pseudociencia. Ni que decir tiene que no todos los científicos brillantes son además personas majas y encantadoras, ni modelos de personalidad. Sin ir más lejos, esta misma semana y mientras tenía este post medio escrito, leí acerca de las desafortunadas declaraciones de uno de estos señores, pero dejaré que lo cuente mejor la compañera Molinos en este enlace, de forma más que clara y concisa. En fin, no dejan de ser personas, seres humanos con sus defectos y manías, y a veces, al fin y al cabo, personas mayores a las que se les va la olla, o personas no tan mayores a las que la olla nunca les llegó a encajar bien del todo.

Hasta aquí no descubro nada nuevo. Lo más interesante de la velada, y es principalmente sobre lo que quiero reflexionar, fueron las respuestas en torno a algunas cuestiones tocantes a cómo funciona la ciencia en la actualidad. Por un lado, acerca del actual sistema de publicación de artículos científicos; por otro, en cuanto a la labor del científico en relación a la comunicación de sus resultados hacia el gran público; también en cuanto a compaginar la vida científica y la familiar; y finalmente, en cuanto al aparente auge de pseudociencias y terapias alternativas sin respaldo científico.

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Aquí podemos ver a Groucho Marx Randy Schekman cogiendo aire, a punto de poner a parir a los editores de Nature (imagen: Wikipedia)

Las respuestas en cuanto a estas cuestiones tan diferentes, puede resumirse bajo un denominador común: los "laureados" demostraron, a mi humilde juicio, pertenecer sin lugar a dudas, a otra época. Si bien alguno como el polémico Randy Schekman sigue dando caña con el tema de la evaluación de los trabajos científicos y el sistema de publicación de resultados, el resto parecían resignados a no usar su influencia más que para inspirar a los jóvenes y servirles como ejemplo; ni eran conscientes del auge de las pseudociencias (alguno directamente malinterpretó la pregunta sobre este tema, afirmando que muchas de esas terapias milenarias que parecen funcionar, simplemente aún no han visto desvelados sus mecanismos de acción por falta de investigación), ni de la importancia de potenciar la labor divulgadora de los científicos, más allá de la colaboración con los periodistas. Tampoco parecían percatarse de que tal vez el hecho de que no hayan tenido que hacer grandes sacrificios en su vida personal (como afirmaron la mayoría; JA, ya comenté en este post que si para ganar un Nobel hay que pasar día y noche en el laboratorio, conmigo que no cuenten) sean porque sus parejas sí lo hicieron, y en un mundo actual tal vez no podrían haberse desarrollado como antaño. Por no hablar del que hizo el chistecito (no recuerdo quién fue en concreto) de responder "yo solucioné lo de compaginar la vida laboral y familiar al estilo francés: ¡me casé con mi estudiante!" - risas entre la audiencia. Ejem.

Lo cual me lleva a mi reflexión final: la imagen dada desde fuera, de este grupo de científicos, era la de unos venerables ancianitos, blancos y ajados, bastante homogéneos de no ser por su diferente procedencia y nacionalidad. Está claro que las nuevas generaciones de premios Nobel deben ser diferentes, la presencia de las mujeres debe ser mayor, pero más allá de esto, espero que además sus preocupaciones y percepción de la interacción entre la ciencia que hacen y el mundo que habitan debería ser mayor aún. 

Puede que esté sacando demasiadas conclusiones de un corto evento y apenas unas cuantas preguntas y sus respuestas; pero mi impresión general quedó marcada por esa sensación de que el ejemplo a obtener de estos señores pasa exclusivamente por sus trabajos y su actitud hacia la ciencia, por esa curiosidad máxima y esa necesidad de ser los primeros en descubrir y revelar los misterios de la vida; pero el mundo cambia, la ciencia cambia, las sociedades cambian. Y ni se investiga ahora como hace años, ni se dispone de la misma tecnología, ni el acceso a la información ha sido nunca como  lo es hoy. El caso de la línea de investigación que ha llevado al descubrimiento del Bosón de Higgs o los equipos multidisciplinares que analizan genomas completos o resuelven estructuras de proteínas, formados por decenas, cientos de investigadores, demuestran que los hallazgos que cambiarán nuestras vidas en el futuro no pasan por un par de cabezas osadas y geniales, capaces de responder preguntas complejas gracias a grandes dosis de ingenio, perseverancia, imaginación y muchas horas de trabajo contra viento y marea. Probablemente ambas formas de afrontar los problemas de nuestro entorno convivirán en un futuro para ofrecernos más ejemplos, tanto individuales como colectivos, de investigadores asombrosos y trabajos impecables. 

Así que mi mayor alegría fue constatar que mis compañeros científicos sentados entre los "preguntadores", los realmente jóvenes, fueron los que hicieron las preguntas más críticas: fueron los que indagaron acerca de la relación entre vida laboral y familiar, por la responsabilidad del científico en la comunicación de la ciencia, en la lucha contra la pseudociencia, y contra la tiranía y la desproporción de los sistemas de publicación y evaluación de proyectos de investigación (esto último fui yo quien lo preguntó, a lo que los señores Nobel me aconsejaron que simplemente pidiera dinero para proyectos en los que ya tuviera resultados seguros; es decir, lo que ya hacemos siempre, nada nuevo en el horizonte, véase el gráfico más abajo). Estos son temas cada vez más en entredicho, a su vez síntoma de que el mundo cambia más rápido de lo que somos capaces de reaccionar. 


Creo que el contacto con los premios Nobel es muy beneficioso; pero la mayor experiencia que podemos extraer de ello es aprender a valorar no sólo el arrojo, la entrega, la pasión por resolver problemas, la necesidad de ser creativos y de inventar soluciones cuando estas no existen, todo encaminado a generar conocimiento; sino especialmente, el ser conscientes de que ese conocimiento no debe servir únicamente para atesorarlo y para inspirar a los demás, sino también para cambiar el mundo en que vivimos.