miércoles, 17 de febrero de 2016

Gracias, Rafa

Se cumplen hoy siete años desde que defendiese ante un tribunal de científicos el trabajo desarrollado durante los cinco primeros años de mi vida dedicados a la investigación en biología molecular. Son casi las once de la noche y pronto habrá terminado el día de mi cumpletesis, que siempre me ha gustado celebrar con alguna anécdota más o menos elaborada, aunque algunos años se me ha pasado. Esta vez casi ni me acuerdo, y cuando he caído en la fecha que era, he pensado rápidamente a ver si se me ocurría algo que comentar para escribir sin invertir demasiado tiempo (la vida blogueril se resiente mucho cuando al día siguiente tienes cuatro horas seguidas de clase). Y entonces he caído que hay una persona a la que pocas veces menciono, pero que si hablamos de la tesis y de todo lo que en ella me llevó a ser el científico que soy hoy (lo que quiera que eso signifique), es probablemente la que más debería destacar. Se trata de mi director de tesis, el que durante aquellos años fue para mí lo que Filemón para Mortadelo: "el jefe".


"...Bajé por una lámina beta nada más penetrar en la jungla y mis atónitos ojos percibieron algo brillando en la espesura: era un anillo de inositol fosforilado y, claro, encajaba en aquel rincón como anillo al dedo. Era un lugar agradable, íntimo, un entorno básico que hacía las delicias de los pequeños y refulgentes fosfatos de las posiciones tres y cuatro."

-  extracto de La mutación de las tinieblaspenúltimo delirio caníbal del microbiólogo José Conrado antes de descender para siempre a una revista científica de tercera