viernes, 17 de febrero de 2017

Haz una tesis (agridulce celebración de cumpletesis)

Hoy se cumplen 8 años desde que defendí mi tesis doctoral. Casi todos los años encuentro alguna razón para conmemorar este acontecimiento, y me resulta bastante fácil decidir cómo enfocar el post de celebración. Para mi, la época de la tesis fue tan satisfactoria y llena de cosas buenas, que podría seguir llenando posts, aniversario tras aniversario. Para este año había pensado, sencillamente, hacer un llamamiento al placer de hacer una tesis doctoral no por razones estrictamente profesionales (es decir, como paso imprescindible para trabajar en investigación, o para adquirir una titulación que abra otro tipo de puertas laborales), sino intelectuales. Por el placer que supone estudiar un tema, el que sea, por el mero hecho de desentrañar sus misterios. Por la satisfacción de crear un trabajo original, de desengranar los entresijos de un tema específico, de forma que nadie haya hecho antes. Por el aprendizaje que supone utilizar las experiencias, observaciones, y lecturas y con ellos confeccionar un puzzle con sentido, que ilustra mecanismos, fenómenos, acontecimientos y aportan un granito de arena a la playa del conocimiento humano. Hacer de dicha playa un auténtico bastión, capaz de resistir el embate de las olas con el tiempo, convirtiéndose en una imponente montaña que sobresalga y se cierna ante el mar de la ignorancia y lo desconocido, es algo que solo se consigue estudiando y analizando todo lo que nos rodea y nos antecede. Biomedicina, física, historia, filosofía, arte, tecnología, matemáticas... no voy a enumerar todas las disciplinas del saber pero lo que quiero resaltar es que cultivar todas ellas es crítico para que avancemos como sociedad. Como especie. Como grupo de individuos que se preocupan de seguir mejorando sus condiciones de vida y las de los que vendrán después.  

Por si todo esto no fuera poco, a nivel personal, y si uno tiene suerte (o se la sabe buscar, que la suerte también hay que trabajarla un poco), la tesis se convierte en un periodo de aprendizaje y formación, sí, pero a muchos niveles. Amistades, experiencias, viajes, superación de obstáculos, organización del trabajo, cooperación y esfuerzo colectivo, comunicación de ideas... como digo, podría escribir páginas y páginas sobre todo lo que la tesis me enseñó y los placeres que me proporcionó. Junto con muchos disgustos, esfuerzos, y malos ratos, cómo no. Pero mi balance global siempre es bueno. Lo cual no significa que lo sea para todos: pero una vez pasado el trance, pocos serán los que se arrepientan de haberse metido en semejante berenjenal. Y de hecho, es una gran lástima la cantidad de gente que termina por dejarse la tesis, o que la recuerda con amargura, a menudo por culpa de jefes incompetentes, o ambientes de trabajo nocivos que mancillan lo que debería ser una experiencia dura, pero gratificante.

Y aquí es donde entra la nota amarga en el cumpletesis de hoy. Porque mi intención, como digo, era alabar las grandezas de la tesis doctoral, y animar a los jóvenes a decidirse por este camino, desoyendo las voces pesimistas y extremadamente utilitaristas que denostan todo aquello que no suponga un gran reembolso económico, una practicidad inmediata, una renta automática del esfuerzo. Pero antes de terminar siquiera de escribir estas líneas, me encontré, ayer mismo, con esta noticia:


Y qué queréis que os diga. Que casi ni me sobresalto cuando leo esto. Que ya llevo años constatando que la impresión que tuve durante mi propia tesis, esa sensación optimista de que todo iba poco a poco a mejor, se ha ido desvaneciendo paulatinamente. Formé parte de esa generación de doctorandos que veía con alegría cómo su beca se convertía en contrato, cómo empezaba a cotizar a la seguridad social, cómo podía empezar a pensar que realmente la etapa "de formación" se iba convirtiendo paulatinamente en una auténtica carrera profesional. Lamentablemente, todo esto se esfumó con la crisis, y la realidad muestra que tal vez siempre fuese un espejismo. A nuestro país no le interesa la ciencia, ni quienes la hacen. Aunque el doctorando sea un trabajador a todos los efectos, con sus riesgos laborales, sus horarios intempestivos, su productividad incesante y continuamente evaluada, por mucho que se encuentre en el proceso de obtener otro grado académico (el más alto al que se puede aspirar, por cierto), será siempre visto como un eterno estudiante, un currante vocacional, no muy diferente de los artistas y "titiriteros" que pretenden osadamente vivir "del cuento" de crear cultura y ocio para el resto de sus congéneres. 

Así, la universidades se llenan de docentes desmotivados a los que no interesa enseñar, sino poder seguir trabajando en ciencia aunque sea a ratitos cortos; los centros de investigación que podrían ser punteros, se vacían; y los que de verdad quieren marcar la diferencia, deben viajar a otros lugares.
Es triste para un defensor a ultranza de la ciencia en España y de la necesidad de crear precedentes en nuestro país, tener que rendirse a la evidencia. Hacer una tesis doctoral es una experiencia magnífica, necesaria, útil para el individuo y para la sociedad. Animo a cualquiera a que la haga. Pero debe saber que en el panorama actual, solo existen unas pocas opciones para lanzarse a semejante empresa.

La primera, es elegir un grupo de investigación en otro país y pensar en desarrollar en el extranjero una productiva carrera investigadora.

La segunda, es quedarse y asumir las precarias condiciones laborales, vivir cada año con el corazón en un puño, y aspirar como mucho a poder jubilarse dignamente antes de los 80 años.

Pero me gustaría terminar hablando de una tercera opción. Una que implica luchar. Dar un golpe en la mesa y gritarle a los que toman las decisiones que ya está bien. Personalmente, llevo muchos años luchando de este modo. Y no ayuda mucho ver que lo que tantos otros antes que nosotros consiguieron, a base de este tipo de luchas, se pierde como lágrimas en la lluvia con tanta facilidad. Puede que este sea un aniversario agridulce, pero no quiero seguir ahondando en el pesimismo. Yo voy a seguir luchando, si no por mí, por aquellos que finalmente se decidan por seguir este camino.

Aunque entenderé, mal que me pese, que tarde o temprano no quede nadie a quien animar.



sábado, 11 de febrero de 2017

Día de la mujer en Ciencia: superheroínas diarias

Hoy, 11 de febrero, se celebra el día internacional de la mujer y la niña en la ciencia. Llevo varios días intentando pensar cómo añadir mi granito de arena a esta celebración, puesto que no es nada fácil. Durante mis estudios universitarios, y cada día desde el primero hasta hoy mismo en mi vida profesional, he estado rodeado de un gran número de mujeres. Muchas, muchísimas. Durante los congresos, reuniones, y visitas a otros centros, he conocido científicas increíbles, jefas de grupo ejemplares. Investigadoras admirables e inspiradoras. Personalmente, nunca le he prestado atención al hecho de que fuesen hombres o mujeres: para mí todas han sido compañeras, jefas, colaboradoras o profesoras, sin más. Pero el hecho de que exista este día de celebración es muestra más que suficiente de que NO están al mismo nivel. No se las considera igual, no tienen las mismas facilidades. No hay apenas mujeres galardonadas con un premio Nobel, no hay ni de lejos tantas jefas como jefes, los altos cargos y puestos de mayor responsabilidad en sociedades científicas e instituciones siguen mayoritariamente ocupados por hombres. A las mujeres, en muchos campos de la ciencia, se las considera intrusas, o infiltradas peor preparadas que cualquier hombre. En campos como la física o la informática, según tengo entendido, los números son mucho más preocupantes que en las ciencias biológicas. 

Como digo, nunca he diferenciado entre sexos ni durante mis estudios ni durante mi trabajo. Pero está claro que hay que hacerlo. Y hoy toca levantarse y aplaudir a todas esas mujeres que, aunque no lo sepamos, están teniendo que trabajar más duro que nosotros para conseguir lo mismo, en todos los estratos de la sociedad, siendo la ciencia uno de tantos. Queda aquí pues, mi homenaje a todas las compañeras que he conocido a lo largo de mis trece años en el mundo de la investigación científica. Es más que probable que me haya dejado a alguna, pero como digo han sido muchas, y eso que solo incluyo a las compañeras de laboratorio; espero que si hay alguna ausencia, no se tome a mal. Ahí van: 

Amparo, Anabel, Isabel, Céline, Rocío, Elena, Judit, Natalia, Caroline, Laura, María, Humera, Nicki, Inma, Luisa, Tere, Leda, MC, Ada, Sofía, Carla, Carmen, Rosa, Ana, Isa, Marta, Alba, Jennie, Ester, Ana, Clara, Daymé, Carla, Eva, Pili, Diana, Giselle, Carmen, Laura.

No voy a decir nada más, porque algo que he aprendido durante estos últimos años es que si no hay más mujeres donde debería haberlas, es entre otras cosas porque hay hombres ocupando su lugar. Inconscientemente, a veces contribuimos a esa nula visibilidad de las mujeres porque a lo mejor estamos formando parte del muro que las oculta. Pues bien, por mi parte hoy ya me aparto, y termino rescatando un personaje que empecé a diseñar hace años y nunca llegó a salir a la luz. Con todos ustedes... PETRI WOMAN


Está claro por qué nunca llegó a ver la luz; con razón terminé buscándome un socio que supiese dibujar...

Petri Woman iba a ser una superheroína del universo Bataman que le ayudaría a luchar contra los recortes en ciencia; pero visto en el contexto actual, tal vez encajaría mejor con una científica hasta de techos de cristal e injusticias de índole sexista. 

Teniendo en cuenta cómo está el mundo, un par de Petri Women no nos vendrían nada mal. Mientras tanto, no es poca suerte trabajar en un campo con tantas y tan buenas profesionales. Superheroínas diarias.


Para estar al día de las celebraciones, podéis seguir en twitter los hashtags #diamujeryciencia #Científicas11F y la cuenta @11febreroES